Viaje literario por el Parque

El Cabo de Gata, refugio y creación para los poetas.

Este es el caso de Juan Lamillar (Sevilla, 1957). Pertenece a la generación de los ochenta, como Benítez Reyes, García Montero, definida por el realismo y la reflexión poética. Un grupo que establece un eje desde Sevilla, pasando por Jerez – Rota y desemboca en Granada. Juan desempeña una creación de un elegante culturalismo vivido (o imaginado) y un cuidado tono menor, meditativo. En el siguiente poema así lo certifica. Se inspira posiblemente en unas fotografías de Pérez Siquier. Lo reproducimos:

Foto: Vela blanca vista desde Punta Baja © Oscar Molina

Cabo de Gata

¿De dónde nace esta belleza áspera,
este confín oscuro
que las olas del tiempo han modelado,
que las horas del mar
continuamente ciñen y recortan?

Si pudiera vivir en aquel trazo
del lejano horizonte
para mirar la línea quebrada de la costa,
la negra exactitud de los acantilados,
la alegre arena oscura.

Para los sueños,
ventanas carcomidas,
paredes de ocre roto,
una linde de verde entre lo seco,
la lenta danza esquiva
en el ardiente blanco de las tapias,
un paisaje que inventa su memoria.

En la vigilia,
manos tendidas
hacia un fulgor extraño,
miradas que recorren
las playas inexactas,
los pasos en la orilla
desdibujando el mundo.

Foto: Arrecife de Las Sirenas © OM

Un total de cuatro estrofas, con perfecta organización interna. Una interrogación que expresa la sorpresa ante el paisaje abre el poema y una oración condicional (“Si…”) que refiere el deseo del poeta de disfrutar de este espacio geológico. Las otras dos estrofas aluden a la noche (“Para los sueños…”) y al día (“En la vigilia…”).

Sin duda son los sustantivos y los adjetivos los que definen y nos guían para percibir el sentido del poema. La realidad es “belleza áspera”, “confín oscuro”. Pero el deseo se plasma en ese verso final de la segunda estrofa: “la alegre arena oscura”. Es precisamente esta contradicción, alegre y oscura, lo que trata de reflejar como valores sentimentales y pictóricos que inspiran la experiencia del cabo: belleza y sorpresa desde el recuerdo vivido o entrevisto en imágenes, el oxímoron y encuentro entre la alegría del azul del mar y la oscura arena volcánica.

Ahora es cuando cobra mayor importancia la elección del vocabulario para fijar las cualidades perennes tamizadas por el tiempo de “un paisaje que inventa su memoria”: ventanas carcomidas, paredes de ocre roto, lo verde entre lo seco, la danza esquiva, el ardiente blanco de las tapias. Todo permanecerá en el recuerdo, realidad fotografiada, colores definitivos: ocre, verde, blanco.

Pero al amanecer, bajo un fulgor extraño, manos, miradas y pasos desdibujan el día, es decir, se posesionan del paisaje y gozan de las playas inexactas. De esta costa abrupta de relieves, calas y acantilados que las horas del mar (el tiempo y la erosión) “ciñen y recortan”.

Un placer intenso para los sentidos que el poeta recrea con su palabra certera.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque

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