Gente del Parque

Andrés Segura, pescador jubilado

La memoria viva de La Isleta del Moro

Andrés Segura Picón puede considerarse el decano de La Isleta del Moro y memoria de un pueblo, memoria histórica y memoria viva de esta pequeña -ya no tanto- localidad de nuestro Parque, porque, casi centenario, su vida es casi toda la vida del pueblo. Nacido poco antes de la guerra civil y vivido toda su vida en La Isleta desempeñando, de una manera vocacional, el noble y sacrificado oficio de pescador, hijo y nieto de pescadores, dando continuidad a una familia de gente de la mar, con el apodo de Los Chinorros, como no podía ser de otra manera en una localidad que vivió casi exclusivamente de ella. Solamente un hijo le ha sucedido. Ejerció de alcalde pedáneo durante 17 años y fue presidente de la asociación de la tercera edad a lo largo de 27 años trabajando en ambos cargos para la gente de su pueblo y sus necesidades.
Hoy, con 98 años, nos recibe, como no podía ser menos, con el sonido y el olor de la mar, en su casa casi a la orilla, acompañado por una hija y una nieta, isleteñas de nacimiento, permanencia y vocación, y asistido por ellas a causa de algunos defectos de audición, producto de tantos años, tantos días y tantas noches sometido al viento, al agua, a la sal y al ruido inclemente de los motores de los barcos cuando no se trabajaba con las medidas actuales de protección y de salud laboral.

¿Desde cuándo ha estado pescando?
Yo estoy desde los siete años, pescando no, porque a esa edad poco podía pescar, pero me embarcaba con mis padres, que me echaban en tierra y yo me escondía. Primero estábamos con un barco, que se llamaba San Agustín, yo con ese barco pesqué poco, en el palangre, y después compró mi padre otro que le llamaban La Boheme, con ese ya sí empezamos a pescar mi padre y un hermano mío menor que yo. Mi hermano nació el 3 de marzo del 28 y yo nací el día 20 de enero de 1925. Tengo dos fechas de nacimiento, una la que nací y otra la que me inscribieron, seis días más tarde, y me pusieron la fecha de la inscripción y no la del nacimiento, porque en aquella época en Níjar las cosas funcionaban así. A mi mujer, que en paz descanse, la retrasaron un año: ella nació en el 31 y le pusieron el 32 y, oficialmente, se lleva con otro hermano menor que ella cinco meses. Eso no puede ser (sonríe).

Foto: Andrés Segura © JMJH

¿Cómo era entonces la vida aquí, en La Isleta?
Se vivía mal porque aquí había cuatro o cinco pescadores, pero el único que estaba fijo en la mar era mi padre. De niño, pues… lo pasábamos, ya ve usted… mi madre se iba muchas veces a coger chumbos para los cerdos y mi hermano y yo salíamos por una ventana para ir a jugar a la calle. Había pocas casas y pobres. Aquí no había escuela, en Los Escullos creo que hubo. Yo he estado en la escuela tres meses, creo que en 1934 cuando estuvimos en La Almadraba de Monteleva mi hermano y yo. Después no. Sé algo, pongo mi nombre, escribo, pero con muchas faltas de ortografía. Lo único que se me ha dado bien son las matemáticas. Antes de casarme, había en Níjar un veterinario que se llamaba Eugenio, que teníamos mucha amistad con él, y un compañero suyo, don Jesús se llamaba, que pasaban los veranos en La Isleta. Fui a Níjar, y le digo: “Eugenio yo quisiera, si puede ser, que los dos meses de verano que va a estar allí a ver si me dan matemáticas, porque sé sumar, pero nada más”, y llama al compadre y le dice: “compadre, Jesús, ven pacá, mira lo que dice Andrés”, el otro era un hombre serio, se quedó mirándome y dice: “¿Tú quieres aprender o pasar el tiempo?” digo: “Hombre, para pasar el tiempo no le digo nada, yo quiero aprender, si puedo” y dice: “Pues sí, se lo vamos a dar, como un mes va estar uno y otro mes el otro, por las tardes después de comer estaremos un par de horas”. Allí nos juntábamos ocho o diez, pues estaban mi Joaquín, mi cuñado Rogelio, José León, mi primo Andrés, mi primo Antonio… y en los dos meses que estuvimos yo aprendí todo lo que sabían ellos, todo lo que sabía el libro, los libros que hacíamos. A lápiz, que entonces no había nada de calculadora. Cuando ya terminamos el verano, el don Jesús me dio la mano: “Echa la mano, has hecho lo que hay que hacer”.
Su hija tercia: Él ha llevado las cuentas de los barcos.

Un pasado pesquero

¿De qué se vivía en La Isleta?
Todos vivían de la mar y de la tierra, porque eran embarcaciones pequeñas y cuando hacía mal tiempo se ponían a coger el cogollo y a coger esparto. Mi padre no, mi padre siempre hacía su vida en la mar: lo mismo estaba aquí que estaba en el Cabo de Gata, o en Vera, con un barco de seis metros, sin motor, a remo y a vela. Luego, en el 1930 compró un barco más grande que se llamaba La Boheme con la idea de montar el motor y se lo montó en Almería, daba 750 revoluciones por minuto. En Almería buscó un muchacho joven y se vino con él de motorista, estuvo un año y pico hasta que se casó y se fue, entonces nos quedamos mi hermano y yo con el motor, mi padre lo arrancaba porque nosotros no podíamos, pero manejarlo sí, pero luego ya de grandecillos hacíamos lo que queríamos con él.
Luego dejamos La Boheme y compramos otro, el Chinorrillo, pero era pequeño también, 9 metros con motor 128 Barreiros. Después compramos otro de 11 metros que llevaba un motor de 90 caballos que le quitamos después y le pusimos un 232 Barreiros. Después hicimos otro que le llamaban el Chinorro, con un motor de 228 caballos, que luego cambiamos por un 461 a 1800 revoluciones. Éste ya era para pescar al cerco, porque era más rentable, se cogía más pescado y se trabajaba más cómodo. Lo más que hemos llegado a coger en una noche son 18000 a 20000 kilos de melvas. De lechas cogimos un día 400 y pico de 6 o 7 kilos de peso, seis o siete mil y pico kilos y había que quitarle el buche y las agallas, porque si no, se estropeaban.

Foto: En el Chinorro © Cortesía de la familia Segura

Foto: Fiestas de la Virgen del Carmen © JMJH

¿Qué se pescaba y se pesca en La Isleta?
Pescábamos al palangre, lo mismo pescábamos en 100 ó 200 brazas de agua, a veces a 5 o 6 millas de la costa; nos tirábamos sacando 5 o 6 horas. Se sacaba cazón, lechas, pargos, gallinetas, melvas. Todo pescado bueno.

¿Y luego que se hacía con el pescado?
Había arrieros aquí que ya lo habían ajustado y se lo llevaban para Almería con hojas de palma. De aquí a Almería 9 o 10 horas, salían por la tarde para venderlo a otro día por la mañana.

¿Ha habido aquí accidentes en el mar?
A nosotros nos han pillado muchos temporales, pero los hemos capeado como hemos podido y no ha pasado nada. El único caso fue un accidente sin mal tiempo, había un levantucho. Un barco que dio la voltereta, dos marineros pudieron salir, pero el dueño no. Ahí podían haber muerto los tres, porque iban dos limpiando redes, si al caer el barco les caen la redes en lo alto los mata también, pero tuvieron suerte y no les cayeron. La balsa la llevaban dentro del puente y no se abrió. Ese barco es que era muy corto, muy plano y llevaba mucha arboladura y esa fue la que hizo que volcara.

¿Cuánta gente vive ahora de la pesca en La Isleta?
Hay tres barcos pequeños con una o dos personas en cada uno: Agustín va solo, Juan Daniel van dos y el otro va su hijo y él. En abril, mayo y junio, cuando llega el tiempo de la Moruna, contratan más gente, ya van seis o siete en cada embarcación. La Isleta ya no vive de la pesca, vive mayormente de los bares que es lo más que hay. También hay quien vive aquí y va a trabajar a otros sitios.

Foto: La Virgen del Carmen en el mar © JMJH

Foto: Barcos fondeados en La Isleta © JMJH

Sin servicios sanitarios ni comunicaciones

¿Antes había médico, practicante, matrona?
En La Isleta no. El médico íbamos a buscarlo a Rodalquilar, pero cuando llegaba ya había nacido porque había que ir a buscarlo en un burro y si estaba libre como mínimo dos horas, una para allá y otra para acá, más el tiempo que necesitaba para prepararse. Las matronas, mi madre que en paz descanse era una, mi tía, Angélica Segura, otra. Matronas no eran, pero se atrevían. En mi casa ha habido seis hijos y la única que ha nacido fuera de aquí es la menor, porque ya nos daba miedo, tenía varices en los pies y nos fuimos al hospital, pero los demás todos han nacido aquí, en esa casa de al lado nació Andrés y ya todos aquí, en esa habitación y no pasaba nada. Mi madre no atendía solo aquí, los cortijeros venían de noche con burras a llevársela y no pasó nada con ninguno, todos nacieron bien, no me refiero a los míos solo, a todos los que asistía y entonces nacían más que ahora.

¿De qué se ponía la gente mala aquí?
Enfermedades yo he conocido pocas. Había personas que morían jóvenes, pero era de la mina –se refiere a las minas de Rodalquilar–. Eso no es una enfermedad, eso es matapersonas, así se puede decir. Había dos que entraron juntos y los dos murieron pronto; uno de ellos se casó con la madre de Juan Román y murió muy joven, a un año de casado no llegó. Son los únicos que han muerto, porque el tío Ángel también estaba en la mina, pero murió ya de mayor. Y menos mal que entró un ingeniero, don Ramón de Rotaeche, y dijo que allí había que hacer las cosas bien hechas. Se metía en la mina y a todo el que veía sin careta trabajando le decía. “Tú fuera, a lavarte y a ponerte la careta” y arregló las cosas un poco.

Y de comunicaciones, ¿cómo estaba esto?
Antiguamente aquí, para el Pozo de los Frailes, hora y media andando, para allá y para acá, si íbamos para Rodalquilar, una hora u hora y cuarto. No sé por qué preferíamos ir al Pozo. Y ya hablamos con Bernardo y puso un autocar aquí los lunes y los miércoles, que sigue viniendo.

¿Qué ha cambiado en La Isleta?
La Isleta ha cambiado cien por cien, a mejor. Tercian la hija y la nieta para decir que se ha construido mucho y hay mucha gente, sobre todo en verano.

¿Qué se echa de menos?
El refugio. Cuando yo estaba de alcalde había aquí cuatro barcos grandes que llevaban unos sesenta tripulantes y, con el alcalde de Níjar, pedimos el puerto y aceptaron, los planos se quedaron hechos y se libraron dos millones de pesetas. Estuvimos hablando con el presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla y vino aquí después, nos dijo: “Si yo sigo de presidente el refugio se hace”, pero lo echaron aquel año, entró Manuel Chaves y con él estuvimos hablando también: “ya veremos, ya veremos lo que se puede hacer…” y los dos millones se perdieron.

Foto: Barcos varados en La Isleta © JMJH

Foto: Atardecer en La Isleta © JMJH

Tradiciones festivas

¿Qué fiestas y costumbres ha habido aquí?
La hija de Andrés nos cuenta: La fiesta grande era la de San Agustín, perdida.
Tercia la nieta: Pero ahora se ha recuperado de la mano de una historiadora…
Andrés: Antes no había fiesta. La fiesta se formó porque un hombre que había en Fernán Pérez, Juan el Turronero que le llamaban, le dice a mi padre un día: “Agustín, vamos a hacer una fiesta el día de San Agustín” y se hizo una, alumbrada con las luces que llevan los botes de luz, de gasolina. Se hizo un baile. Se estuvo haciendo un tiempo así, unos años se podía hacer, otros no porque caía en unas fechas en las solía hacer mal tiempo y por eso se cambió al día de la Virgen del Carmen. Ahora a las fiestas viene mucha gente, sobre todo a la procesión, se saca por la mar y hacen la misa en la plaza. Ya lleva una pila de años.

¿Y qué otras distracciones había?
Aquí antiguamente la gente se divertía más que ahora. En los días de Navidad empezaba la gente de fiestas en la matanza hasta fin de año. De un sitio a otro bailando, comiendo, cantando.
La hija matiza: En la Navidades nos juntábamos una con una zambomba, otra con un triángulo, otros con latas, con cucharas, con botellas; íbamos por todas las casas y en cada casa que ibas siempre te daban algo. Cuando nosotras salíamos no juntábamos en el chambao de hostal donde nos sentábamos a comer… En San Antón saltábamos las hogueras y asábamos patatas en las ascuas. En San Juan nos juntábamos cada pandilla en la playa, un montón de gente; ya nos vamos juntando cada vez menos.
Vuelve a intervenir Andrés: Se iba a bailar a las casas particulares, a los Escullos y hasta al Pozo de los Frailes, a Rodalquilar, a San José, a todos los sitios. Cuando éramos jóvenes, en verano, nos veíamos en la playa: una manta y a la playa, que algunas veces, venía el levante y la mar llegaba hasta nosotros.

En este momento, la conversación se convierte en una tertulia a cuatro, en la que se analizan las fiestas de este año y la masificación de personas que se produce en La Isleta.
La nieta afirma: Las fiestas de este año la gente estaba horrorizá por la masificación. Ha sido horroroso. No se podía pasar para la plaza. Otros años ha sido la gente del pueblo y alguna más, pero este año nadie del pueblo, mucha gente de fuera bebiendo y metiendo ruido. Parece que lo han promocionado y trajeron autocares. Un problema de La Isleta es la masificación, la gran cantidad de gente que viene sin control.

Entrevista realizada por Juan Manuel Jerez

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