Gente del Parque
Julio Le Parc
ENTRE LA CIVILIZACIÓN Y EL BON SAVAGE (BARBARIE).
Un viaje de ida y vuelta
He escogido este título para la entrevista porque sintetiza los dos mundos que compartió la familia Le Parc (en francés-cosmopolita, París) o Leparc (en la barbarie de un rincón-lugar por colonizar, Carboneras [Almería]).
Nos recibe Yamil Le Parc, su hijo menor y representante de Julio, quien nos acompaña hasta el patio donde el artista nonagenario nos espera con una seductora sonrisa. Este le explica que la entrevista girará sobre Carboneras y los recuerdos de su estancia en el pueblo.
La primera pregunta trataba de indagar sobre la influencia de Carboneras en su creación artística. Si la luz, el mar, el silencio favorecían la ideación de ciertas obras.
Julio responde: Es un entorno diferente pero no extraño para mí. Pues en la provincia de Mendoza (Argentina) donde yo nací, la naturaleza, el agua, el río, el lago artificial se encontraban muy cerca de mi casa. Pero la realidad es que cuando vine a París (1958) me tuve que acomodar a la vida familiar. Y una de las actividades familiares eran las vacaciones. Esta experiencia nos condujo hasta aquí.
¿En qué medio de transporte venían a Carboneras?
Tenía pocos medios y una familia. Disponía de un Citroën dos caballos. En él veníamos los cinco y el maletero lleno. También en su vehículo mi amigo De Marco y sus dos hijos. Antonio Asís estaba terminando su casa de Los Cocones.
Todo resultaba un poco a lo Robinson Crusoe. Quedamos prendados del lugar y se convirtió en un lugar recurrente de vacaciones, más aún cuando tuvimos la casa terminada. Entre otras cosas influyó el grupo de amigos que compartíamos los mismos gustos y familia similar, además del sol, el mar, el viento. Más allá de Agua Amarga no nos movimos. No había gran cosa en Carboneras en 1966.
Y antes de irnos se acercó alguien a la casa y me sacó unos planos, «voy a construir unas casitas en un terreno por allá». Se enteró el promotor de la Sociedad de Amigos de Carboneras, porque se enteraban de todo. El pueblo era «chiquito», pequeño.
Y nos organizó una excursión para visitar los terrenos que pensaban urbanizar. Al día siguiente fuimos toda la familia en fila india por el badén y un camino de cabras hasta la ubicación actual. Fue una excursión muy simpática, muy agradable. Íbamos toda la familia, los nenes. Al ver el mar pareció levantarse, no habíamos subido nunca, ni darnos cuenta de la perspectiva del plano inclinado.
Foto: Casa Leparc en Carboneras © MG
¿Cuántos metros? ¿Quinientos metros cuánto cuesta? Nos daba la casa, le seguíamos la corriente y decidimos una pequeña. Le hice un croquis, un rectángulo, un cuadrado y así fuimos diseñando las habitaciones. Por la tarde me trajo el contrato, pero yo no tenía dinero. Cuál no es mi sorpresa cuando en el mes de marzo del 67 recibo una carta con foto de la casa y el contrato.
Resulta necesario distinguir la vida de veraneante, que me resultaba tediosa, y la voluntad de facilitarme un taller. Aunque participaba en buscar actividades como el partido de vóley playa entre franceses y españoles; jugar a la petanca, sobre todo Marta, y yo me aburría y decidí apañarme un taller; como mi casa estaba aislada, no se oían coches ni ladraban perros. Resultaba un lugar ideal para mi creación, desde las 7 de la tarde hasta las 2 de la madrugada.
A partir de este momento Julio comprende y se reafirma como artista en la casa y no como veraneante, distingue bien los dos lugares mágicos para pintar: París (otoño, invierno y primavera) y Carboneras durante el verano (julio-septiembre).
Este periodo veraniego permitía varias cosas: estar con la familia, disfrutar de un clima constante soleado, era un segundo mundo. Los amigos de los niños facilitaban el regreso cada año. Aunque yo pronto sentí que no era un tiempo sólo para el veraneo, necesitaba un orden para seguir trabajando.
En este momento Julio abandona los recuerdos y viene al presente comentando el color y el diseño de la revista Eco del Parque. Considera que falta contraste entre el texto y las imágenes y resulta monótona y le resta relevancia a las imágenes. Aunque reconoce que supone un gasto mayor en tinta.
Bromea sobre ese color verdoso general de la revista en la creencia de que la subvenciona Unicaja, le aclaro que no, que está subvencionada por los socios y la publicidad; siempre ha sido una revista de tirada gratuita, con tres números al año y desde hace aproximadamente 6 años se edita con la portada a color; además, dependiendo de los recursos económicos, algunos números tienen más páginas que otros. Julio concluye «el Eco del Parque no se ha vendido a Unicaja». Una carcajada cierra estos comentarios.
El viaje resultaba estimulante, preparando el equipaje, acomodándonos en el coche, hasta el perro. Nos llevaba dos o tres días de viaje.
Los materiales para pintar los traía de Francia: rollos de tela de más de dos metros y en Valencia un fabricante me suministraba bastidores y marcos de madera. Y luego yo los montaba acá. Cuando construí el taller arriba, pinté mucho. Recuerdo la exposición en Madrid, 60 cuadros en ese verano.
Cada vez era mayor el tiempo dedicado a la producción de su obra. Si en París trabajaba hasta la hora de la cena en el taller oficial, aquí no, ahora en su casa descubre un nuevo horario que le permite además disfrutar de los placeres de la costa: baños en la playa, comida familiar, siesta y comienza el trabajo creativo a media tarde hasta bien entrada la madrugada.
La influencia es imperceptible, pero el cambio de ritmo era muy beneficioso desde el punto de vista mental y físico. Una transformación, aunque insiste en que su actitud no era de veraneante, pronto se las ingenió para continuar con su trabajo, se instaló un tallercito, y con el paso del tiempo acabó construyendo otro más espacioso en la planta alta. En este último, durante un verano, pintó los 60 cuadros arriba citados.
Por la mañana tomaba el desayuno y me subía arriba, después íbamos a la playa, a la piscina, la siesta, pero a media tarde, sobre las siete, me subía hasta la madrugada. Así que cada verano ya venía preparado para realizar dibujos, croquis, bocetos o encargos de obras para la vuelta a París.
Foto: Julio en 1967 © Gentileza de Yamil Le Parc
¿Por qué no hay en Carboneras un museo Leparc?
La iniciativa existió, no para mí, sino un museo al aire libre. Me acuerdo que en uno de los primeros mandatos de Cristóbal, el antiguo alcalde y también pintor, se propuso hacer de Carboneras un centro escultor al coincidir aquí el grupo de artistas: Soto, De Marco, Asís, Sobrino, Pillet, Berrocal.. formaban un grupo grande de artistas con argentinos, paraguayos, peruanos etc.
Vieron los planos, recorrieron en grupo con Cristóbal y Manolo el aparejador técnico, (del ayuntamiento) los distintos lugares donde ubicar la obra. Todos dijimos que sí, Cristóbal se encargaba de allegar fondos para la iniciativa. Incluía el proyecto la participación de los artistas locales, entre ellos Menchu Gómez que acabó realizando una obra que aún puede verse a la salida hacia Garrucha. Pero el proyecto se disolvió poco a poco. Actualmente existen las plazas dedicadas a Soto y Julio Leparc. También se comprometían a impartir talleres a los jóvenes del pueblo durante los meses de verano. Un magnífico programa de cultura y arte para Carboneras.
Le pregunto por sus discípulos. Me comenta la anécdota del hijo adolescente del albañil que reparaba la casa, a quien instruyó un verano y luego realizó sus estudios de bellas artes; también Cristóbal o Menchu.
Foto: Miguel Galindo y Julio Leparc © Gentileza de Yamil Le Parc
No quiere crear escuela, sino que cada uno encuentre su camino, la ruta interior, el mecanismo que lo lleve a encontrar su vida, lo que quiere hacer.
Nunca pensé en hacer discípulos. Ni hacer escuelas ni tener alumnos. Hubo un momento en la facultad de Arte de París, me ofrecieron la opción de impartir clases, pero no contaba con voluntad para enseñar a otros.
Ahora, para despedirnos, Julio me recuerda los años que lleva viniendo a Carboneras.
93 años tiene ahora, cuando el 66 tendrías 37 años, más 56 transcurridos dan la data de 93; también la dolencia, artrosis, que le impide subir las escaleras, así que ha vuelto al tallercito aledaño al dormitorio en la planta baja, donde con música, planos y tinta Julio continúa completando su extensa obra.
Al tiempo que colabora en tareas domésticas de bricolaje con Manuel que le repercuten en problemas musculares. Repasa las dificultades para subir escaleras, las operaciones, la adaptación a caminar con bastón. Y aparece de nuevo la fina ironía, el humor y el chiste. Así debemos recordar a Julio, simpático, irónico, con mucha experiencia a sus espaldas, jovial y divertido, socarrón a veces diríamos en Andalucía. Genial artista mitad carbonero, mitad parisino envuelto en celofán argentino. Un regalo para todos.
Entrevista realizada por Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque