Vida natural

El césped artificial, un producto perjudicial

Con el césped artificial que se instala en campos de fútbol, en parques infantiles, como elementos ornamentales de las ciudades, algunos jardines privados y otros lugares, nos ha pasado, como hace más de medio siglo con las bolsas de plástico y su presunta contribución para evitar la deforestación.
Se nos vende la idea como una alternativa a la cubierta vegetal por el ahorro de agua que supone y su menor mantenimiento. Nada más lejos de la realidad, aunque sea verde no hace ninguna de las funciones de una planta y es perjudicial al medioambiente y a la salud humana.

De nuevo nos topamos con el problema de los plásticos. El césped artificial tiene dos partes, una base, que suele ser un relleno de polímeros sintéticos, generalmente poliuretano, tan perjudicial para el medio ambiente que la Unión Europea ha prohibido su comercialización en el reglamento sobre micropartículas de polímeros sintéticos (que se hizo famoso por haber prohibido también las purpurinas), pero no entrará en vigor hasta octubre de 2031, mientras tanto se sigue colocando como sostén del “césped” verde, el cual está constituido, también, por una mezcla de plásticos como polietileno, propileno y poliamida. Unos y otros, cuando se queman, se transforman o durante su uso, van emitiendo gases de efecto invernadero y cuando se degradan forman micro y nanoplásticos que contaminan todos los ecosistemas pudiendo entrar en el cuerpo humano a través del agua, la comida y el aire, provocando los problemas de salud que hemos visto en otros artículos.

Fotos: Césped artificial en campo de deportes © JMJH

Fotos: Partes del césped artificial © JMJH

Para instalar este tipo de césped es necesario un relleno previo del suelo con hormigón y cemento perdiendo la permeabilidad, lo que implica que el agua no se filtra y no se recargan los acuíferos. Además, todas las partículas contaminantes, como metales pesados o pólenes, se quedan atrapadas en el césped artificial y al llover todas esas partículas son dispersadas y devueltas al ambiente. Esta suciedad, junto a las hojas de los árboles que quedan atrapadas en las fibras, favorecen la proliferación de bacterias y hongos que provocan podredumbre, malos olores y a veces, problemas de salud.

El césped plástico absorbe la radiación solar y se calienta más que, por ejemplo, el adoquinado y el asfalto, emitiendo calor al ambiente, por lo que contribuye a la formación del efecto isla de calor bastante más que las superficies cubiertas por otros materiales. También reverbera el ruido del tráfico, en vez de absorberlo como hacen las plantas. Aunque se vea verde, no produce oxígeno ni neutraliza las emisiones de CO2 producidas por la actividad humana, ni absorbe gases contaminantes emitidos por los coches.
Su duración es limitada, lo que obliga a sustituirlo cada diez o doce años, generando una importante cantidad de residuos plásticos. Lo ideal sería reciclarlo, pero al estar constituido por una mezcla de plásticos es difícil de reciclar. Llevarlo al vertedero no es la mejor opción, porque es muy voluminoso y ocuparía un gran espacio y la incineración supone una gran fuente de emisión de dióxido de carbono. Éste puede ser también un argumento para no utilizar estos productos.

Fotos: Césped natural poco recortado, con efecto positivo para la biodiversidad © JMJH

Fotos: Césped natural recortado © JMJH

El césped natural
Por el contrario, el césped natural, como todas las plantas, contribuye a reducir la contaminación en las ciudades. La fotosíntesis absorbe el dióxido de carbono del aire, contribuyendo a neutralizar las emisiones producidas por la actividad humana y libera oxígeno y vapor de agua, lo que contribuye a disminuir la temperatura del entorno y el efecto isla de calor.
También retiran del ambiente partículas y absorben gases contaminantes emitidos por los coches, como el dióxido de azufre y de nitrógeno que son muy dañinos para la salud humana.
Su red de raíces forma una alfombra compacta porosa que absorbe el agua, se encamina a la vegetación de la zona y se filtra a través de la tierra contribuyendo a la recarga de los acuíferos. Además, ayuda a mantener la infraestructura de las pendientes y evita los deslizamientos del terreno.
Si no se corta demasiado, tiene efecto positivo en la biodiversidad, porque permite el desarrollo de plantas silvestres y flores que acogen a una variedad de insectos y polinizadores, combatiendo el declive que éstos están sufriendo y de ellos depende la continuidad de muchas plantas, entre ellas los cultivos.

Fotos: Césped artificial © JMJH

Fotos: Césped artificial en espacios urbanos © JMJH

Se reproduce biológicamente y, si hubiera que desecharlo, es un elemento orgánico que sirve de abono.
El inconveniente es la cantidad de agua que necesita para el riego. Hoy, ante la proliferación de olas de calor, es imprescindible que todas las poblaciones tengan una importante cubierta vegetal para generar un microclima que evite las islas de calor y oxigenen el aire, para ello, en nuestro entorno pueden reducirse los céspedes naturales a las instalaciones deportivas, recreativas o decorativas en las que sean imprescindibles. En el resto de las zonas urbanas, la necesaria cubierta vegetal puede basarse en árboles, setos y otras plantas autóctonas y, por lo tanto, adaptadas al clima local, con riego por goteo.
En todo caso hay que echar mano al agua regenerada; agua residual con un tratamiento adicional que no la hace potable, pero permite ser reutilizada y gestionar así de manera más eficiente este escaso recurso. Toda localidad debiera tener un circuito de aguas regeneradas para bocas de incendios, riego de jardines, limpieza y otros usos distintos al consumo humano.

Juan Manuel Jerez

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