Vida natural
La destrucción de la Naturaleza impulsa el contagio de coronavirus al ser humano
La actual pandemia de COVID-19, originada por el paso del virus SAR-COV- 2 de animales al hombre, y la emergencia del cambio climático exigen la cooperación entre países y actores sociales como herramientas para poner en marcha una reconstrucción verde hacia un mundo más sostenible y saludable.
La pandemia a la que se está enfrentando el mundo nos ha trastocado la vida; ha cambiado costumbres y preocupaciones, entre ellas el problema del cambio climático, pues ahora la mayor preocupación a nivel mundial es vencer a la COVID-19 y lo demás se ha ido dejando de lado. Cuando comenzaron los confinamientos, nos preguntábamos cuánto iban a ayudar a salvar el planeta. Había menos ruidos, carreteras solitarias, menos emisiones de CO2; vimos cabras salvajes en las playas, jabalíes paseando por avenidas, delfines junto a la costa… Aunque no es menos cierto que aparecieron nuevos contaminantes como consecuencia del aumento de residuos sanitarios: mascarillas, guantes, batas impermeables, gafas, viseras y pantallas faciales que no pueden ser reciclados y su destino será los vertederos o la incineración, además del aumento de envases de plástico de productos enviados diariamente a los hogares debido a los confinamientos y a la distancia social. Y los miles de mascarillas que se abandonan en cualquier sitio.
La reducción de gases de efecto invernadero o la disminución del tráfico ilegal de fauna salvaje son algunos de los ejemplos que pueden contabilizarse de los beneficios que está dejando la pandemia, a los que podíamos añadir que el uso de mascarilla, los lavados frecuentes de manos y la distancia entre personas han disminuido muchas enfermedades infecciosas de transmisión respiratoria o de contacto.
Ese respiro que el confinamiento dio al medio ambiente nos permitió ver cómo sería un mundo con más espacio para la Naturaleza.
Pero no seamos optimistas, es muy probable que, una vez superada esta situación, las medidas que se adoptarán para estimular la economía volverán a hacer aumentar las emisiones contaminantes y otras actividades nocivas para la Naturaleza en el afán de conseguir la recuperación financiera.
Foto: EPIs que no pueden ser reciclados © Javier García
De los animales al hombre
El equipo de expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que investigó el pasado mes de enero en China los orígenes de esta enfermedad, concluyó que el SAR-COV-2 es de origen animal y no hay evidencia de que hubiera transmisión antes de su detección en diciembre de 2019 en Wuhan. Se descartó la teoría de su origen en un laboratorio.
El trabajo que se ha hecho para identificar su procedencia señala a una reserva de este u otro virus similar en murciélagos, que podían ser los hospedadores, y al pangolín como vector. No obstante, se piensa que será necesario investigar las poblaciones de quirópteros fuera de China, pues según su Ministerio de Salud, el muestreo de las cuevas de Wuhan y otros lugares con animales no ha conseguido establecer una relación suficientemente sólida. Se ha visto que los virus identificados hasta ahora en estos animales no son lo suficientemente similares como para afirmar con rotundidad que son los auténticos reservorios. Según las teorías del grupo de investigación, la familia de los felinos también podría ser un reservorio potencial del coronavirus. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EE. UU. han detectado animales domésticos infectados. Corea del Sur hace pruebas a las mascotas y en mayo de 2020 ya se detectó en Barcelona el virus en gatos.
Foto: Mascarillas en el fondo del mar © David Chanquete
Existen hipótesis de que el visón es el “eslabón perdido” entre el murciélago y el humano, basándose quizás en la cantidad de estos animales que han muerto en granjas de diversas partes del mundo y la infección de empleados en algunas de ellas. La evaluación de riesgos, publicada en marzo por el Centro de Enfermedades Infecciosas y la Agencia Canadiense de Salud Pública, afirmaba que el visón también estaba en la lista de animales a la venta en el mercado de Wuhan y en el hecho de que los murciélagos orinan y defecan con frecuencia en jaulas que contienen los visones de las más de tres mil granjas que hay en China. Y, sobre todo, el descubrimiento en Dinamarca de una nueva mutación de coronavirus en una granja que obligó a sacrificar alrededor de 17 millones de visones. Pero se necesitan más estudios para comprender cómo las diferentes especies animales pueden verse afectadas por el virus que causa COVID-19 y cuál es el papel que pueden desempeñar en su propagación.
Las pandemias no tienen una única causa; son una combinación de factores que se ven alterados. En la Naturaleza existen 1,7 millones de virus desconocidos para la ciencia de los que entre 540.000 y 850.000 tienen la capacidad potencial de saltar a los humanos e infectar a la población de la misma forma que éste. Desde la pandemia de 1918, causada por un virus H1N1 (la llamada gripe A o “gripe española”), se han producido otros grandes fenómenos de este tipo. Los investigadores recuerdan que el 70% de estas nuevas enfermedades, desde la gripe hasta el SIDA y ahora la COVID-19, son causadas por virus cuyo origen está en los animales con los que compartimos el planeta, son las zoonosis.
La sostenibilidad, una obligación
Sin embargo, la causa principal de la dispersión entre la población de estas enfermedades fueron las actividades humanas. La explotación insostenible que lleva a la alteración del clima, el cambio de uso de suelos, la deforestación, la expansión de la agricultura intensiva y la ganadería industrial, especialmente responsable de gran parte de las emisiones y el uso masivo de antibióticos. El comercio con la vida salvaje, los miles de aviones y su contaminación, los millones de personas de un lado para otro en el mundo, la invasión de lugares vírgenes por cientos de miles de turistas. Los magníficos medios de transporte que permiten que lo que antiguamente se quedaba en un continente ahora sea transportado por todo el mundo.
Un estudio de la Universidad de Cambridge demuestra cómo los efectos del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, han motivado la aparición de murciélagos portadores de coronavirus en el sur de China. Alguno de esos virus pudo evolucionar hasta dar con el actual SARS-COV-2. Si este virus se ha convertido en pandemia es porque lo hemos llevado a ello y esta pandemia ha puesto en el punto de mira nuestra convivencia con el resto de las especies animales con las que compartimos el planeta.
En concreto, la raíz se encuentra en las importantes alteraciones que las personas hemos realizado en la biodiversidad y en el entorno y que, entre otros males, han favorecido el traspaso de patógenos nocivos hacia las personas. Hay casi 850.000 virus desconocidos en la naturaleza con capacidad de infectar a seres humanos, un riesgo potencial que se incrementa con la destrucción de ecosistemas. No podemos prever la próxima pandemia, pero lo que sí podemos es intentar protegernos manteniendo la salud de los ecosistemas. Una Naturaleza sana puede evitar o minimizar futuras pandemias. Si esta desgracia tiene que servirnos para algo debe ser para que estemos preparados cuando venga otra similar.
Foto: Miles de mascarillas se abandonan en cualquier sitio © David Chanquete
La sostenibilidad no es una opción, es una obligación, una necesidad. La pandemia de COVID-19 nos llama con urgencia a acelerar la acción ambiental; urgen cambios en la forma en que usamos las tierras, en la expansión e intensificación de la agricultura, en el comercio, producción y consumo insostenibles que alteran la Naturaleza y aumentan el contacto entre vida silvestre, ganado, patógenos y la gente.
La pandemia de COVID-19 y la emergencia del cambio climático son dos retos a los que se enfrenta la humanidad globalizada y el coronavirus nos ha mostrado de forma dramática hasta qué punto estamos realmente conectados y dependemos unos de otros. Las alianzas y la cooperación entre países y actores sociales que se han puesto en marcha para luchar contra la COVID-19 son las herramientas necesarias para apostar por una reconstrucción verde que alumbre un mundo más sostenible y saludable.
Juan Manuel Jerez
Secretario de la Asociación Amigos del Parque