Vida natural
El cuello no es el mejor sitio para llevar la mascarilla
La mascarilla hay que seguir llevándola, la adecuada y bien puesta. No solo por la prudencia que aun aconseja su utilización sino por la obligación de utilizarla en determinados lugares y circunstancias. Desde prácticamente el inicio de la pandemia, los expertos alertaban que era posible que el virus se quedara con nosotros para siempre y tuviéramos que aprender a convivir con él; dos años después, seis olas, vacunas y una variante que disparó los contagios y, por tanto, la población con inmunidad natural, todo apunta a que la COVID se convertirá en una enfermedad endémica, como tantas otras, pasando a engrosar la lista de enfermedades habituales de transmisión a través de partículas respiratorias o aerosoles al respirar, hablar, reír, toser o estornudar, como las diversas variantes del síndrome respiratorio agudo (SARS): la gripe, la varicela, el sarampión, la tos ferina, la tuberculosis y otras, lo que aconseja que no desechemos del todo el uso de las mascarillas, sobre todo en los pacientes crónicos o inmunodeprimidos, las personas con alergia al polen u otras partículas, sino además y, principalmente, a todos aquellos que tienen síntomas o están diagnosticados de enfermedades de transmisión aérea, en concreto en lugares concurridos como el transporte público, en el trabajo y por contacto directo con cualquier persona, como hacen los ciudadanos orientales, en cuyas sociedades el uso de la mascarilla está normalizado para este tipo de personas por respeto hacia los demás. También los manipuladores de alimentos porque durante toda la pandemia se han visto, y se siguen viendo, cocineros y camareros de interior con las mascarillas en el cuello.
Pero es que con la última variante del SARS-CoV-2, de menos letalidad y con la generalización de las vacunas, se está pasando esta enfermedad con síntomas leves, algunos como un “catarrito” y hay gente inconsciente que sin comprobar si se trata o no de COVID, o antes de hacerlo, anda conviviendo con personas sin ponerse mascarilla, “porque solo tienen un catarrito” y contagiándolas, incluso mirando como bichos raros a quien le dice que se ponga mascarilla, porque tosen o estornudan. Nos consta que muchos contagios de COVID se han producido así.
Y otros transmiten las enfermedades aun llevando mascarilla, porque o no saben o no quieren ponérsela de forma correcta o porque se ponen esas preciosidades de colorines, con el logo de su empresa, de su partido político o la banderita, como si los virus entendieran de patriotismos, pero que son de tela, lavable y todo, que, como decía aquella, son como condones de ganchillo.
Aunque en la lengua del español americano se diga así, la mascarilla no es un tapabocas porque, al fin y al cabo, la boca se cierra a voluntad y así no entran moscas; pero la nariz no se puede cerrar y por ahí puede pasar todo tipo de microorganismos, alojarse, crecer y reproducirse. Ir con la napia fuera de la mascarilla es como no llevarla. Tampoco es un barbijo, como dicen otros americanos, porque, según nuestro saber, la barba no necesita que la sujeten, se sostiene sola, igual que la cara, que tampoco se cae ni siquiera de vergüenza.
La mascarilla tampoco previene las luxaciones de muñeca ni de codo, por lo que no tiene sentido llevarla allí colgada, como no tiene sentido cruzar los elásticos para ajustarla mejor, es mentira, porque lo que ocurre es que se produce un hueco en los bordes de la mascarilla por donde puede entrar y salir de todo… Si los elásticos vienen grandes, se acortan anudándolos por detrás de la oreja y punto
Pero lo más frecuente es verla puesta en el cuello, a pesar de que la ciencia demuestra que tampoco previene ni cura las anginas. Se ve mucho por la calle y en lugares cerrados. ¿Cuál es el riesgo? Pues, además de la desprotección propia y ajena, si con mascarilla puesta nos cruzamos con alguna persona contagiada de alguna de las enfermedades de transmisión respiratoria, las gotas y aerosoles se van a quedar en la piel de las zonas no tapadas, cuello incluido. Luego nos bajamos la mascarilla hasta el cuello, los gérmenes que hay en su piel se impregnan en la cara interna y cuando nos la subimos otra vez, porque es obligatorio, ¡Voila! nos inoculamos esos bichitos directamente en boca y nariz. Y luego diremos: “me contagié en un interior y eso que llevaba mascarilla”.
La mascarilla hay que llevarla en su sitio y bien puesta cuando es necesaria y cuando no lo es, guardada, a ser posible en un sobre de papel.
Juan Manuel Jerez
Secretario de la Asociación Amigos del Parque