Vida natural

El cambio climático y la salud humana

El cambio climático está contribuyendo a la carga mundial de morbilidad y se prevé que aumente en el futuro. Las próximas décadas no sólo serán más cálidas sino también con más enfermedades. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que entre 2030 y 2050 se registrarán alrededor de 250.000 muertes adicionales al año resultado de enfermedades ligadas a la alteración de los ecosistemas. Enfermedades debidas a desastres naturales tales como olas de calor, inundaciones y sequías. Además, muchas patologías son muy sensibles a los cambios de temperatura y pluviosidad, como las zoonosis transmitidas por vectores y las enfermedades transmitidas por los alimentos y el agua, pero también otras grandes causas de mortalidad tales como la malnutrición y las diarreas.

El aumento de las temperaturas es uno de los principales indicadores de la gravedad del cambio climático. Las temperaturas extremas del aire contribuyen directamente a las defunciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias, sobre todo entre las personas de edad avanzada; provocan además un aumento de los niveles de ozono y de otros contaminantes del aire que, entre otros efectos, agravan dichas enfermedades. Los niveles de polen y otros alérgenos, que pueden provocar asma, también son mayores en caso de calor extremo.
Los efectos agudos del calor pueden ser leves como estrés por calor, dermatitis, conjuntivitis, quemaduras de la piel, insolación, edemas en las extremidades, calambres y lipotimias. Efectos más graves son el agotamiento por calor, en el que aún se mantiene la temperatura corporal a niveles fisiológicos, y el golpe de calor, con hipertermia manifiesta (más de 40°C en humanos) y fracaso multiorgánico al no poder el centro termorregulador adaptarse a la exposición a temperaturas ambientales muy altas.
Más preocupante es el impacto que pueda tener durante las horas nocturnas en las llamadas “noches tropicales”, es decir, aquellas noches en las que las temperaturas mínimas no descienden de los 20°C. A partir de los 25°C se denominan “noches tórridas”. Pero si tenemos en cuenta que las temperaturas mínimas se producen de madrugada, a la hora de acostarse sobre las 12 de la noche en muchas ocasiones puede haber alrededor de los 30 grados. El calor nocturno puede provocar desasosiego en las personas, ansiedad, alteración y privación del sueño debido a los necesarios procesos de termorregulación, provocando la disminución de las fases REM.

Ruidos y luz
Efectos secundarios del calor nocturno pueden ser la contaminación acústica y la contaminación lumínica, debido la primera a la tendencia de muchas personas de huir del calor permaneciendo hasta muy tarde en la calle, en las terrazas y haciendo botellón; y la tendencia de intentar dormir con las ventanas abiertas en las localidades donde las farolas están a la altura y muy cerca de las ventanas, la segunda. Los efectos de ambas están subestimados en la actualidad, pero constituyen un serio problema en ciertas zonas de algunas localidades de nuestro Parque, donde el ocio nocturno campa por sus respetos y que son fuente de alteraciones de la salud por sí mismas y como causa de alteración del sueño.
Dormir es tan necesario como comer, incluso como respirar, porque el cuerpo necesita del descanso nocturno para reponerse, tanto física como mentalmente y si no lo consigue no tardan en aparecer las consecuencias. Lo más inmediato es que tras una mala noche el cerebro se ve afectado con dificultad para mantener la atención y actuar con rapidez y eficacia. Conforme avanza el tiempo sin conseguir un buen descanso aumenta el riesgo de padecer enfermedades cerebrovasculares, hipertensión arterial, patologías coronarias, insuficiencia cardiaca, obesidad o diabetes tipo 2 y otras enfermedades crónicas. Las personas que duermen menos de ocho horas presentan mayor riesgo de ansiedad y depresión. Los niños que duermen poco tienen problemas de concentración y rendimiento escolar y además son más hiperactivos.
El ruido es la segunda causa ambiental de problemas de salud, justo por detrás de la contaminación atmosférica. La OMS ha constatado que la contaminación acústica puede causar deficiencias cognitivas y es un factor desencadenante de trastornos psicológicos, enfermedades cardiovasculares y alteraciones en la audición, además también contribuye al desarrollo de hipertensión arterial, accidentes cerebrovasculares o insuficiencia cardiaca, ocasionando cambios de carácter y trastornos del sueño (Véase Eco del Parque nº 7, primavera 2017).
La contaminación lumínica intrusiva altera el ritmo circadiano, el reloj biológico humano que regula las funciones del organismo. Provoca fatiga e insomnio y otros problemas de salud como deterioro cognitivo, envejecimiento acelerado, algunos tipos de cáncer y síndrome metabólico, todo un conjunto de factores de riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial, colesterol alto y diabetes tipo 2 (Véase Eco del Parque nº 46, invierno 2008).
La única manera de combatir todo esto es cerrando ventanas y utilizando el aire acondicionado, que no es inocuo para la salud, calienta el aire de la calle, retrasando el enfriamiento del ambiente y dispara el consumo eléctrico con los efectos que ello supone sobre el medio ambiente, el cambio climático y la economía de los ciudadanos.

Desastres naturales
La creciente variabilidad de las precipitaciones podría afectar al suministro de agua dulce y la escasez de ésta puede poner en peligro la higiene y la salud, incrementando el riesgo de enfermedades diarreicas.
También están aumentando la frecuencia y la intensidad de las inundaciones que pueden generar contaminación de alimentos y agua de consumo, incrementando el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua. El agua estancada de la inundación puede fomentar la reproducción de mosquitos portadores de algunas enfermedades.
La pérdida de calidad del aire, que surge como consecuencia del aumento de incendios, de fenómenos anticiclónicos que reducen la dispersión de contaminantes, el aumento de los niveles de ozono o incluso el fenómeno de intrusión sahariana, puede suponer un aumento de enfermedades respiratorias, cardiovasculares y alérgicas.
Es importante la posibilidad de aparición de nuevas enfermedades transmisibles como consecuencia, por un lado, del aumento de la temperatura que favorece la aparición de vectores transmisores de enfermedades y, por otro, provocada por la pérdida de ecosistemas y el acercamiento de la población a determinados animales. Hay muchísimas especies de virus que tienen la capacidad de infectar a los humanos, la gran mayoría de ellos circulando entre los mamíferos salvajes. El cambio climático hará que los animales salvajes tengan que trasladar sus hábitats, probablemente a zonas con gran concentración humana, aumentando el riesgo de que algunos de esos virus salten a las personas dando lugar a próximas pandemias. Algunos autores apuntan que, dado que ya hay calentamiento, es posible que ya se estén produciendo cambios en los puntos de dispersión de las especies y en la evolución de los virus a causa del clima. Aún no se ha descartado que la aparición de la COVID se deba a ese fenómeno, pero quizás, un ejemplo del mismo pueda ser la emergencia de la viruela del simio, una variante animal de una enfermedad que ya estaba erradicada.

Ilustraciones: Elaboración propia © JMJH​

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